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Bloomberg calificaba la última semana del mes en Wall Street de semana salvaje.  Miles de pequeños inversores coordinados y concertados en foros y redes sociales, como el foro WallStreetBets de Reddit, montaban un ataque, en toda regla, mediante compras masivas de acciones, contra las posiciones bajistas sobre GameStop, una cadena de tiendas de videojuegos y electrónica de consumo americana. Las acciones de GameStop subían un 68% solo el viernes 29, un 400% en la semana y un 1625% en el mes. El ataque de los pequeños inversores obligaba al fondo de cobertura Melvin Capital a batirse en retirada con cuantiosas pérdidas y a solicitar un rescate de $2.750 millones.

El “fenómeno GameStop”, de compras masivas por pequeños inversores coordinados, se repite con otras compañías, o activos como la plata, que vienen siendo objeto de ventas en descubierto por los llamados “fondos de cobertura” o “tiburones de WallStreet”. Dicho fenómeno fascinaba al mismo tiempo que preocupaba a inversores, a medios de comunicación y a las autoridades regulatorias.  Algunos profesionales veían en él la confirmación de la existencia de una burbuja en los mercados de valores que podría tener implicaciones para el conjunto del mercado.

El presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, en la rueda de prensa posterior a la reunión de la Fed, el miércoles 27 de enero, evitaba comentar sobre el “fenómeno GameStop” y mostraba una escasa preocupación por el aumento generalizado de los precios de las acciones. Powell, declaraba que la batalla contra el Covid-19 no ha terminado, se comprometía a mantener abiertos los grifos monetarios y restaba importancia a la preocupación ante un posible aumento de la inflación en la segunda mitad del año. Periodo éste, cuando los americanos, ya vacunados, se espera regresen a restaurantes, cines y eventos deportivos.

La realidad es que tanto los inversores, como los gobiernos y los bancos centrales navegan todos en el mismo barco. Los inversores justifican valoraciones disparadas de algunas acciones y los gobiernos fomentan grandes déficits públicos y un crecimiento desbordado del endeudamiento público. Ambos, inversores y gobiernos, encuentran justificación en los tipos de interés cercanos a cero que hacen que las acciones tengan más valor, en términos de descuento de flujos, y que el endeudamiento público sea más sostenible en términos del servicio de la deuda. El riesgo está en que tanto unos como otros puedan llevar esta lógica, que es impecable en sí misma, hasta el extremo.

Sin duda, el desplome de los tipos de interés puede justificar parte del repunte del mercado. La relación entre la cotización de las acciones que componen el S&P500 y los beneficios esperados ha aumentado de 18 veces en 2019 a 22 veces en la actualidad. Reduciendo, en consecuencia, la inversa de esa relación, el «rendimiento de los beneficios», de aproximadamente el 5,5% al 4,6%.  En el mismo periodo, el rendimiento de los bonos del Tesoro americano a 10 años bajaba del 1,9% al 1%. 

Se estima que, a los niveles actuales, y asumiendo un rendimiento medio de los bonos del Tesoro del 2% a largo plazo y una prima de riesgo de las acciones del 5%, el S&P500 estaría sobrevalorado en un 11%.  Dicha sobrevaloración quizá no se puede calificar de burbuja, pero definitivamente el mercado no está barato. Y, si bien se puede justificar el nivel general del mercado por las perspectivas de mejora para la economía y las empresas, tras la vacunación, se necesita, no obstante, argumentos cada vez más elaborados a medida que el foco de atención se mueve hacia sectores como el tecnológico y a valores concretos como Tesla, Apple o Amazon que estarían muy sobrevalorados.  

Y, sin embargo, la misma lógica de tipos bajos que alimenta el alza de cualquier clase de activo se ha abierto ahora camino en el debate fiscal americano y de otros países. El año pasado, el Congreso americano aprobaba un endeudamiento extraordinario de $3,4 billones para combatir la pandemia y sus consecuencias económicas. Y, recientemente, el presidente Biden proponía un nuevo paquete que implica un endeudamiento adicional de $1,9 billones más. Estas sumas, en conjunto, equivalen aproximadamente al 25% del PIB americano y suponen el mayor endeudamiento anual desde la segunda guerra mundial.  Al defender este paquete, tanto el presidente Biden como la nueva secretaria del Tesoro, Janet Yellen, señalaban que, debido a los bajos tipos de interés, los gastos del servicio de la deuda no serán mucho más altos, en porcentaje del PIB, que en los últimos años.

La Reserva Federal, por su parte, asegura que mantendrá los tipos a corto plazo cerca de cero durante varios años para reducir el desempleo y aumentar la inflación. Si confiamos en que la Fed, el BCE y otros bancos centrales cumplirán con lo anunciado, ello justificaría tanto a los alcistas bursátiles como a los gobiernos partidarios de un mayor endeudamiento público.  Sin embargo, esta lógica asume que el nivel de los tipos de interés es, de alguna manera, independiente del nivel de endeudamiento. Y, sin embargo, es muy probable que, eventualmente, a partir de un cierto nivel de endeudamiento público se elevará tanto la inflación como los tipos de interés.

Todo lo anterior, no obstante, es importante destacar que el endeudamiento total que pueden soportar los países, depende no solamente de los tipos de interés, sino también del crecimiento del PIB.  Por ello, es indudable, que políticas de estímulo bien dirigidas podrían acelerar la recuperación, aliviando la carga del endeudamiento. 

 

Fernando González Cantero

Presidente de PBI Gestión Agencia de Valores

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